06 junio 2006

Ser bibliófilo

La bibliofilia, como usualmente se entiende, hace referencia a tener ejemplares raros o curiosos, de tirajes cortos y precio elevado. Pero bibliofilia, como su nombre indica, significa simplemente (y ya es mucho) amor a los libros. El coleccionismo es otra cosa. Si hemos llegado a dotarnos de una biblioteca personal es porque quisiéramos tener a mano cuantos más libros mejor, por si se tercia algún día leerlos. Pero acumularlos no es lo importante.

A uno le fascinan los libros. Aunque, antes que un bibliófilo en el sentido clásico, uno se considera un bibliófago, un devorador de libros. Y, antes que un coleccionista, un lector, un curioso en deseo de comunicación permanente con gentes que han destilado conocimiento de su experiencia humana. Uno tiene algunos miles de libros, eso sí, y sueña en poderles dedicar un día el tiempo y el espacio que se merecen.

Uno se siente antes un bibliófilo – en el sentido de un amante de los libros, un apasionado de los libros – que propiamente un coleccionista. Hacer colección de algo – sean libros, sellos o lo que sea – pide la convicción de que hay una totalidad perfectamente definida de algo cuyos vacíos pueden irse completando con tenacidad y paciencia. Un coleccionista tiene, como el que hace crucigramas, una idea acabada de algo. Y querría poder cerrar el álbum algún día.

Uno no tiene esta obsesión por poseer nada idealmente preestablecido. Creo que la sorpresa y el misterio desmienten cualquier pretensión humana de querer cuadrar la realidad como sea. Coleccionar tiene mucho que ver con recolecta y con rastrillo, pero sus motores son la exploración y la búsqueda. Un bibliófilo suele ser un aventurero, un cazador de piezas de ocasión, alguien que se siente feliz en compañía de sus trofeos.

Buena parte de nuestros libros nos han llegado por azar. Pero cada libro incorporado tiene su historia. Nuestra biblioteca se ha ido formando por aluvión, pero su razón de ser ha sido siempre la lectura. Tenemos una biblioteca, no muchos libros. Hay bibliotecas que son simples almacenes de libros viejos, sin otro interés que la cantidad. Para crear una biblioteca es necesario estudiar y conocer libros, leer catálogos de subastas o de librerías anticuarias, estar siempre atento a la oferta.

Nunca se sabe en donde puede saltar la liebre. Éste es el gran placer del rebuscador entre libros de lance. Cuando uno encuentra algo de interés, descarga también adrenalina. Es por esta emoción oculta que solemos buscar, por aquí y por allá, entre libros muchas veces desastrados. Crearse una biblioteca de libro antiguo de un cierto nivel requiere mucha suerte, mucho tiempo y, según cómo, mucho dinero. Una vez agrupados, los libros parecen formar una hermandad con vida propia, o dotada de coherencia. Otras no.

El libro ejerce sobre los bibliófilos una fascinación multiforme, que va mucho más allá de la simple lectura o de la rareza del ejemplar. Un libro también se mira, se palpa, se huele, se ausculta. Los bibliófilos experimentamos cierta atracción física por el libro, por el libro como objeto, y hasta como objeto de arte. Apreciamos su calidad como proyecto gráfico, su tipografía, su diseño, la encuadernación, el papel, la tinta.

Uno se siente bibliófilo. O, más exactamente: bibliómano. A veces pienso que no soy yo el que tengo libros, sino que son los libros los que me tienen a mí.


("Ser bibliófilo", de Oriol Pi de Cabanyes, periodista, profesor y escritor, entre otras cosas. Publicado en La Vanguardia el 10/05/2006)

2 comentarios:

Miguel Sanfeliu dijo...

Uno sabe que no podrá leer todos los libros que tiene.
Y, aún así, sigue comprando.
A veces, mucha veces, comprar un libro es lo único que puede calmar un estado de ansiedad.
Es una adicción, sin duda.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Me ha gustado el término "bibliófago". Creo que me identifica más, ciertamente. Pero he de decir que los libros los compro con la única intención de leerlos. Lo haga o no es otro cantar.